NO HAY IMAGEN SIN TRABAJO

Acabo de terminar de escribir un texto para la exposición ‘Paisajes invisibles’, que inaugurará en unas semanas la artista Saray Pérez Castilla en Bilbao (http://paisajesinvisibles.org/). En ella presenta el proyecto en el que ha trabajado durante los últimos años en torno al Sáhara Occidental, un trabajo muy amplio sobre la memoria y el territorio. En mi texto me ha centrado en el modo en el que negocia y altera las imágenes tecnicas de vigilancia.

Os comparto una especie de epílogo urgente que me he visto obligado a incluir tras enterarme de que la ley mordaza española la obliga a pixelar las caras de los policias marroquies que agreden cotidianamente a los saharauis que resisten en las ciudades ocupadas:

«Esta mañana, antes de hacer una última revisión a este texto para enviarlo a traducción y maquetación, me he enterado de que los videos que se muestran en la exposición —grabaciones realizadas por miembros del colectivo Equipe Media denunciando la violencia en las calles del Sáhara ocupado— tienen que aparecer con la cara de los policías y militares marroquíes pixeladas. Esto se debe a la ley mordaza que aprobó el gobierno español el 30 de marzo de 2015, una ley que coarta el derecho a reunión pacífica y libertad de expresión. Llevamos un par de años observando usos represivos de esta ley contra artistas y colectivos ciudadanos, pero hasta esta mañana no sabía que se podía aplicar también para “proteger” a miembros de fuerzas represivas de fuera de España, y para perjudicar a artistas y activistas que luchan por los derechos humanos en lugares fuera de las fronteras nacionales.

Más allá de la irracionalidad y brutalidad legal que esto muestra, y de las alianzas entre países que no son capaces de hablar sin cinismo, esta noticia supone otra cosa. Las imágenes digitales, aunque veloces y multiplicables, tienen un peso en el mundo físico. Su manipulación exige un cuerpo que suda y se cansa, que necesita alegrarse y dormir. El pixelado de caras de estos videos, el requisito para ponerlos en circulación, obliga a que una persona —y aquí no es una persona abstracta, es Saray Pérez Castilla, la artista que que ha defendido este proyecto expositivo— gaste un enorme número de horas sentada frente a la pantalla de su ordenador. Por supuesto, estas horas no serán pagadas por nadie, se acumularán en una montaña de tiempo regalado para un sistema de producción cultural que se basa en el trabajo precario. Detrás de cada imagen, de cada segundo de información visual —las imágenes capturadas por los satélites de vigilancia de Marruecos, las grabaciones que registran una carga policial en El Aaiun ocupado hechas a la carrera por los miembros de Equipe Media, la modificación de esas imágenes por la artista o quien pueda ayudarla… pero también los diseños de las páginas web que compartirán su trabajo o cualquier producción cinemátográfica de Hollywood que aparentemente nos distancia de estos problemas, cualquier imagen digital…— está sostenido por trabajadores precarizados —el filósofo Franco ‘Bifo’ Berardi utiliza el término “cognitariado” para hablar del proletariado de una economía cognitiva, es decir, basada en el intercambio de información—. La cuestión aquí no es geográfica ni se basa en naciones, sino en un conflicto de clases imbuidas en un sistema tecnófilo donde las imágenes median nuestra mirada, pero también el uso que hacemos de nuestros cuerpos de trabajadores. No hay imagen sin trabajo.»

Jose Iglesias G. Arenal